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lunes, 30 de octubre de 2017

CUENTO DE HALLOOWEEN


Las lucecitas
La noche pasada no podía dormir, me encontraba muy inquieta y sentía una molestia que no sabría
definir. Supongo que el estar dando vueltas  y más vueltas en la cama, me iba poniendo cada vez
más nerviosa, así que decidí levantarme y salir a dar un paseo por los alrededores. En ese momento
debían ser las tres y media de la madrugada aproximadamente.
     
       Vivo a las afueras de un tranquilo pueblecito un poco apartado del mundo; está situado en el
centro de un valle y rodeado por un hermoso paisaje de montañas y bosques. Por lo tanto el salir a
pasear a esas horas puede resultar extravagante pero no peligroso.

        Mi casa es pequeña, pintada de blanco y con la puerta y ventanas de color azul. Está situada al
borde del camino, es la última casa del pueblo. Mirando hacia el fondo del camino se pueden
distinguir las altas tapias del Camposanto y la gran verja de entrada flanqueada por dos enormes
cipreses y por la que se vislumbra parte del interior del pequeño cementerio y justo hacia allí
encaminé mis pasos, con el único fin de cansar el cuerpo y tranquilizar el espíritu que por lo visto,
aquella noche estaba agitado y había decidido no dejarme dormir.

       Caminaba despacio mientras me arrebujaba en mi chal de lana que me había puesto sobre la bata de franela, ya que era  principio  de noviembre y  las madrugadas solían ser bastante frías.

        Según me acercaba, empecé a distinguir unas lucecitas que en un principio tomé por
luciérnagas, pero cuando estuve mas cerca me dí cuenta que no se movían por el suelo sino que
parecían flotar. Al llegar delante de la verja observé  que estaba abierta, cosa que me sorprendió
bastante, ya que Damián el sepulturero y que también hace las veces de jardinero, es muy cuidadoso
en su trabajo y jamás se había dejado el recinto abierto.
         Pero aquella noche parecía que hubiese presentido mi visita y me estuviese esperando.
         Atravesé la verja atraída por las luces que se movían de acá para allá por entre las tumbas.
     
       La luna no alumbraba demasiado aquella noche y me llevó un buen rato darme cuenta de lo que
se trataba. Eran un grupo de personas que vestían sendas capas  negras y cuyas amplias capuchas
ocultaban sus rostros. Cada uno de ellos llevaba una vela encendida en la mano y todos parecían
muy atareados, aunque no imaginaba que podían estar haciendo a esas horas tan intempestivas ni
mucho menos comprendía quien podrían ser esos misteriosos encapuchados.

        De pronto, se dieron cuenta de mi presencia y todos comenzaron a reunirse en un  mismo punto
y sin poder controlar mi curiosidad, me fui acercando hasta allí. Al  estar todas las velas juntas pude por fin distinguir sus rostros y para mi sorpresa, descubrí que todos me eran familiares. Estaban Pedro, el anterior sepulturero que había muerto hacía un par de años; también estaban Doña Adela y Doña  Aurora, ambas habían sido maestras de mi infancia y el anterior párroco, el padre Ambrosio fallecido hacía casi diez años, así hasta un total de veinte personas. Todas estaban alineadas frente a mí y me sonreían. De pronto se fueron apartando y tras ellos descubrí una mesa a la que se encontraban sentados mis padres, mis abuelos y algún que otro familiar fallecidos. Todos me hacían gestos con la mano como invitándome a que me sentase a la mesa con ellos.
     
       ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué clase de broma macabra era aquella  y que hacían todos
aquellos difuntos allí?  De pronto, lo comprendí todo; se trataba de un sueño o mejor dicho, en este
caso, de una pesadilla.
 ¡Vaya! Después de todo, la noche anterior si que había conseguido
dormirme, lo que no había conseguido era……… ¡¡DESPERTAR!!

Julia L. Pomposo




  



lunes, 16 de octubre de 2017

ALLÁ EN EL TIEMPO


                                   
                      
                                                            El hombre viene a la vida      
tan puro y tan indefenso,  
como el frágil pajarillo
que vuela surcando el cielo.

Luego, empieza su andadura
por este mundo imperfecto.
Se va forjando el carácter,
aparecen los defectos,
las virtudes se acrecientan
y se aprende a tener miedo.

El corazón se magulla
con los gozos y los quiebros,
con los dolores del alma
y los dolores del cuerpo
unos, los cura la ciencia,
los otros, los cura el tiempo.

Y continúa la vida
por distintos derroteros,
hasta entregar el testigo,
cuando te llegue el momento.

Y entonces, haces balance
de lo mortal y lo eterno,
y tu mente retrocede,
hasta el útero materno.

Donde todo comenzó,
un buen día, allá en el tiempo.

Julia L. Pomposo

jueves, 5 de octubre de 2017

VIOLETA Y EL ELFO

Hoy cambio de registro y en lugar de un poema, como es lo habitual, dejo este pequeño cuento de amor y desamor.


 Nuestra amiga Violeta, que era una pequeña hada muy bonita y pizpireta, paseaba una tarde por un sendero del bosque, a donde acudía cada día  durante la primavera para ver los nidos que las golondrinas hacían en las ramas de los árboles. Había un nido en especial que a Violeta le gustaba mucho, porque ya era el tercer año que aquella familia de aves, venía al mismo lugar a tener sus polluelos y Violeta había entablado amistad con la señora golondrina.
     Hablando estaban cuando apareció de pronto un elfo muy guapo que enseguida se fijó en Violeta, ambos se gustaron al momento. Ocurrió eso que llaman, un flechazo. Pasearon, hablaron y rieron hasta bien entrada la tarde y cuando ya Violeta volvía a su casa, su enamorado galán le dijo, justo al pasar junto al nido de las golondrinas.
     _Ahora tengo que marchar a un largo viaje que me mantendrá alejado de la comarca por unos meses, pero te prometo que antes de que estas golondrinas vuelvan, habré vuelto yo, ellas son testigos de la promesa que te hago.

       El elfo marchó y los meses pasaron; pasaron el verano, el otoño y el invierno....Y volvió la primavera y Violeta fue a saludar a sus amigas las golondrinas, pero el elfo no volvió . Cada año por primavera, venían las golondrinas y como  siempre, preguntaban a Violeta por su enamorado y la respuesta siempre era la misma. _ Aun no ha vuelto.

      Fue pasando el tiempo y un año las golondrinas no vinieron, ni al siguiente, ni nunca más.

      Violeta fue creciendo y también un día dejó de ir al lugar donde encontró a su elfo.
Con los años, poco a poco fue olvidándose de su rostro y de su voz. Pero nunca volvió a ser el hada alegre y siempre risueña que todos conocimos. Y el elfo y su promesa se perdieron para siempre en el tiempo y el olvido.

          Julia L. Pomposo

lunes, 2 de octubre de 2017

EMERGIENDO

Emergiendo de la locura del estío                         
regresa la rutina a ser mi aliada,
retornan las gloriosas madrugadas
unidas al Nocturno de Chopin.

Con un verano más a mis espaldas
y más tostado el tono de mi piel
retomo el calendario del día a día
del toma y daca del amanecer.

Atrás quedan los ecos de las fiestas
de un pueblo que se pone del revés,
las sobredosis de helados y cervezas
los quilos adquiridos por doquier.

Hoy  toca hacer un guiño a la cordura,
sacarse la pereza por los pies,
recuperar mis citas con la pluma
y  escribir este poema que aquí ven.

Sacudirme los restos de la arena
que permanecen pegados a mi piel
dejando atrás hasta el año que viene
las promesas de un nuevo enloquecer.

Ya ha llegado el otoño con su calma
con su serena belleza y su tibiez
con el dorado de sus hojas secas
y alargando las noches para él.

Y suma y sigue el ciclo de la Tierra
las estaciones se van parar volver
mientras yo sigo esperando que de nuevo
otro verano me haga florecer.

Julia L. Pomposo


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