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sábado, 30 de noviembre de 2019

NO VOLVERÁS

No volverás a decirme de nuevo,
lo poco que soy, lo poco que valgo.
No volverás a levantar tu mano
para estrellarla en mi rostro asustado.

No volverás a convertir mis días
en oscuras noches de dolor y lágrimas,
ni volverás a hacer que me sienta
insignificante, aun menos que nada.

No volveré a santiguarme de miedo
antes de abrir la puerta de casa,
ni a sentir el temblor de mis manos
cuando me miras de esa forma extraña.

No volverás a insultarme otra vez,
cuando el alcohol tu lengua desata.
Tu "hombría" se crece y entonces tu mano.
golpea con furia mi cuerpo encorvado.

Hoy al fin desperté de pronto
de la pesadilla que me está matando.
Dejé de llorar para abrir los ojos
y al fin vislumbré mi futuro amargo.

No se a donde voy, ni por donde ando,
tampoco me importa eso, demasiado,
solo se que jamás, ¡JAMÁS!
volverá a tocarme tu mano.

Julia L. Pomposo

Dedicado a todas esas mujeres que sufren en silencio el maltrato de sus parejas y que no encuentran  el valor suficiente para poner fin a esa situación, en ocasiones el miedo a las represalias te paraliza.
Con mi cariño, para todas ellas.

domingo, 24 de noviembre de 2019

TÚ y YO

¡Qué fácil es quererte,  vida mía!
caminar de tu mano y tú mi guía,
recorrer los caminos necesarios
para formar contigo una familia.

Estos años vividos junto a ti
se me han hecho tan cortos que quisiera
nacer de nuevo,  volver  a conocerte
para emprender de nuevo  esta carrera.

Juntos afrontaremos los problemas
que nos traigan los años venideros
envejecer contigo es  lo que espero,
 en cualquier circunstancia, yo te quiero

Junto a tus cumpleaños yo me uno
esperando que llegue ese momento
en que libres los dos nos encontremos
para vivir tranquilos el futuro.

Recuerda que te quise en el pasado,
que te sigo queriendo en el presente
y que siempre te querré.
Tú eres mi amado.

 Julia L. Pomposo



lunes, 11 de noviembre de 2019

KAJICA Y EL CASCABEL DE PLATA

Hoy les dejo este micro relato de mi autoría para variar un poco.



 Minowá era un pequeño indio sioux que vivía en el territorio lakota (verdadero nombre de los sioux) en  Wyoming. Minowá, que quiere decir “aquel que canta”, debía su nombre a que en el momento de nacer, su llanto fue tan melodioso y prolongado, que más que llorar parecía estar entonando uno de aquellos cantos ancestrales de sus antepasados; ahora tendría apenas ocho años y era un niño sano y feliz que pasaba la mayor parte de su tiempo correteando por las praderas y montes con su tirador y su pequeño carcaj a la espalda a la caza de zarigüeyas, mapaches y algún que otro conejo de monte.
       En una de estas aventuras de caza encontró un día a Kajika, un pequeño bebé de puma que gemía tembloroso junto al cuerpo sin vida de su madre, a los que algunos cazadores sin escrúpulos habían dado muerte mientras intentaba, (seguramente a zarpazos) defender a su cría. Sin preocuparse para nada del cachorro, lo habían abandonado a su suerte, donde probablemente habría muerto de no ser porque Minowá lo encontró. Tomó al pequeño puma en sus brazos y lo llevó hasta el campamento……Y allí se quedó
      Minowá poseía un cascabel de plata que su abuelo le entregó el día que cumplió los cinco años, era un regalo que le hizo una bondadosa señora de una caravana de Samis que pasaron camino de Dakota y a la que su abuelo curó de una picadura de serpiente. Minowá siempre lo llevaba colgado del cuello con un bonito cordón que le había tejido su madre. Todo el mundo en el campamento de multicolores tipys, conocía el sonido del cascabel de Minowá, aunque parezca increíble, también  Kajika, que lo seguía a todas parte y corría a su encuentro cuando oía su repiqueteo a lo lejos.

     Pero todo en la vida tiene un final y el de la relación entre nuestro protagonista y el cachorro de puma también lo tuvo. Minowá había crecido; ya tenía diez años y nuestro puma, al que su amigo había bautizado con el nombre de Kajika, que quiere decir “aquel que camina sin hacer ruido”,( por su manera silenciosa de acercarse sin que él lo advirtiese), también había crecido y se había vuelto demasiado grande para permanecer en el campamento. Pero Minowá quería mucho a su amigo y se negaba a separarse de él. Su padre le explicó que los pumas siempre habían sido unos animales libres y dueños de sus vidas, hábiles cazadores y dignos habitantes de las praderas y que seguir teniendo allí a Kajika era privarle de todas esa cosas a las que él también amaba tanto, como la libertad.
       Al final su padre logró convencerle y una mañana, antes de que su hijo despertase, ató al puma a la grupa de su caballo y se alejó con el todo lo que pudo, tardó dos días en encontrar un lugar idóneo para él, en aquel sitio podría vivir con otros pumas que cazaban en grupo y sería mas fácil integrarse a la manada, allí lo soltó y regresó al campamento.
     Pasaron muchos años, muchos meses y muchas lunas, Minowá creció y formó su propia familia, un día tomó a su esposa y a su pequeña a la que llamaban Sihu, que quiere decir “pequeña flor", y se trasladó hasta los territorios del norte que eran mas fértiles y la caza era abundante.

     Una tarde, durante La Luna del Maiz (septiembre), dejó a su pequeñina durmiendo plácidamente junto a unos arbustos mientras el buscaba hierbas medicinales por las cercanías del campamento. Al volver al lugar encontró a un enorme puma merodeando alrededor del bebé. Minowá quedó petrificado y sin atreverse a realizar ningún movimiento por temor a la reacción de la fiera,  y cuando ya el puma estaba a punto de atacar a la pequeña, él saltó en su defensa y el animal se paró de pronto deteniendo su ataque mientras toda su atención se dirigía hacia Minowá. Un tintineante sonido le trajo a la memoria recuerdos de un cascabel y de su dueño y de tiempos lejanos y felices, en los que no tenía que preocuparse en buscar comida; inmediatamente reconoció a Minowá y acercándose a él, puso sus enormes zarpas sobre el pecho de su amigo mientras le lamía la cara. Minowá lloró emocionado al reconocer a Kajika y juntos, hombre y fiera, permanecieron abrazados mientras se reconocían mutuamente.

                                                            Julia L. Pomposo

domingo, 3 de noviembre de 2019

EL PEREGRINO


Peregrino no te pares y sigue andando el camino
que la jornada es muy larga, tierno el pan y fresco el vino
y cuando se ponga el sol, duerme tu sueño tranquilo
para seguir caminando donde te lleve el destino.

Vas movido por la fe y te guía la esperanza
de hacer realidad tu sueño y postrarte ante los pies            
del Santo Apóstol que aguarda.

Peregrino corre raudo que ya se alborota el alma
al divisar a lo lejos la imagen de una campana.
El Pórtico de la Gloria se ha grabado en tu mirada
y ya ves cerca el momento de purificar tu alma.

El Santo Apóstol te mira y te sonríe con calma
mientras que escucha los ruegos que en silencio le relatas
porque para hablar con Él no hacen falta las palabras.

Ya regresa el peregrino a su aldea y  su morada,
trae repleto el zurrón que va cargando a su espalda
pero aunque lo lleve lleno no pesa nada su carga
pues va cargado de amor y de bienaventuranzas.

Es el premio recibido por tu agotadora marcha,
esos momento vividos con el Santo cara a cara
que guardarás para siempre en un rincón de tu alma.

Julia L. Pomposo

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