¿Has visto Tobías qué noche tan bella?
¿Por qué el firmamento luce hoy tan claro?
Es noche cerrada, ¿no lo encuentras raro?...
¿Y por qué brilla tanto esa hermosa estrella?.
Oigo como voces allá en lo alto
mas, no me hagas caso, deben ser los años.
Ya oigo cosas raras, pero yo diría
que eso son las voces de ángeles cantando.
Observa esa estrella, ¿está caminando?...
Vamos a seguirla, nos está llamando.
Coge algo de pan y miel, por si acaso.
A ver hasta dónde nos guían sus pasos.
Tengo miedo, Andrés, ¡todo es tan extraño!
Pues yo siento paz y una voz me dice
que algo está pasando.
Anda y date prisa, reúne al rebaño.
Para un poco, Andrés, que estoy muy cansado.
Un esfuerzo más que estamos llegando.
Mira, ¿ves la estrella?, al fin se ha parado.
¿Por qué se detiene sobre el viejo establo?
Ven, Tobías, no temas, que no pasa nada,
tan sólo es un niño envuelto entre pajas.
¡Pero qué dulzura tiene su mirada!.
Sólo contemplarlo reconforta el alma.
¿Quién es este niño de madre tan bella?
Es el Rey del Cielo, por Él las estrellas
bajan a adorarle desde el firmamento.
Por nosotros viene a este mundo nuestro.
Pasarán los siglos y hasta los milenios
y recordarán a través del tiempo
lo que en este establo está sucediendo
y la hermosa noche que estamos viviendo.
Vamos presurosos, hay que divulgarlo,
que todos conozcan lo que ha sucedido.
Que en un pueblecito y en un pobre establo
el Hijo de Dios hoy nos ha nacido
Julia L. Pomposo
AVISO
TODAS LAS IMÁGENES DE ESTE BLOG, HAN SIDO COGIDAS DE INTERNET
SI ALGUNA NO PUEDE ESTAR AQUÍ, ME LO COMUNICAN Y SERÁ RETIRADA DE INMEDIATO.
GRACIAS
…Y por mis venas, poesía
Para la música del blog para poder oir el audio
sábado, 16 de diciembre de 2017
lunes, 4 de diciembre de 2017
EL GNOMO DEL JARDÍN
En el patio (al que nos gustaba llamar jardín) de la casa de mis abuelos, hay un gnomo de esos tan típicos que adornan los jardines de cualquier país del mundo. Está allí desde tiempo inmemorial, no sé de donde vino aunque creo recordar haber oído decir a mi abuela, que lo recogió de la basura, donde alguien lo había tirado para que pasase a mejor vida.
Yo lo recuerdo desde que era niña y con el paso de los años fui testigo de los cambios producidos en su indumentaria. En primer lugar su vestimenta original fue, chaquetilla y gorro puntiagudo, ambos de un color rojo muy vivo y su pantalón de un tono marrón oscuro. Tiene una barba blanca y rizada y en su boca una eterna pipa de bambú. En su mano derecha lleva un farol, en el que se podía leer en pequeñas letras metálicas, parte de una palabra, a la que se le habían caído las primeras letras y nunca supimos que querían decir aquellas cuatro letras, "…sute", siempre pensamos que debía de ser lo que quedaba de la marca del fabricante. En ese farolito, recuerdo que mi abuela solía meter un trozo de vela encendida y quedaba muy bonito, sobre todo en las letárgicas noches mediterráneas de agosto, además la luz de la vela atraía a mosquitos, polillas y otros insectos voladores, librándonos así de sus molestas picaduras.
Después, cada vez que en casa de mis abuelos se pintaban las verjas de hierro y las cercas de madera que rodeaban los parterres de flores a nuestro pequeño gnomo lo vestían con el mismo color, supongo que para remediar los estragos del sol y la lluvia y que de paso, quedara a juego con lo demás. Por otra parte, eran otros tiempos y no se tiraba nada, en alguna ocasión por rebañar la lata de pintura al máximo, nuestro amigo se había quedado con su ropa a medio pintar, hasta la próxima ocasión.
Pasaron los años, los nietos crecimos y abandonamos la vieja casa, donde hijos, padres y abuelos, habíamos vivido días felices. Pasado un tiempo mi abuelo murió y ocho años después, mi abuela. Entre todos decidimos cerrar la casa hasta ver que se hacía con ella y el pobre gnomo quedó allí solo, abandonado y olvidado de todos.
Hoy, después de muchos años, decidí acercarme al pueblo para ver como seguía la vieja casa. Ya desde lejos pude apreciar su decadencia: persianas rotas, el canalón que bordea el tejado colgando de una esquina y la maleza y la mala yerba invadiéndolo todo y por dentro todo cubierto por una gruesa capa de polvo, el viejo columpio que nuestro abuelo nos hizo, yacía en el suelo, a los pies de la higuera con la soga podrida por las inclemencias del tiempo y los años transcurridos. La buganvilla, tantos años sin haber sido podada, se había vuelto tan enorme que enredaba sus ramas en la higuera en salvaje abrazo. Seguí deambulando por entre los parterres ahora poblados de ortigas, cuando entre la maleza de pronto distinguí algo rojo y brillante y cual no sería mi sorpresa cuando al acercarme pude ver al viejo gnomo más reluciente que nunca, dándome la bienvenida mientras me alumbraba el camino con su farol encendido, al que por cierto, ahora también le faltaba la “u” de la antigua palabra, ahora solo se podía leer “…s..te”
...Y llámenme loca, pero de pronto aquella figurita inanimada cobró vida y me sonrió guiñándome un ojo y dejando caer su eterna pipa y os juro, os juro, que como en un susurro me dijo "Gracias por venir a rescatarme"
Yo lo recuerdo desde que era niña y con el paso de los años fui testigo de los cambios producidos en su indumentaria. En primer lugar su vestimenta original fue, chaquetilla y gorro puntiagudo, ambos de un color rojo muy vivo y su pantalón de un tono marrón oscuro. Tiene una barba blanca y rizada y en su boca una eterna pipa de bambú. En su mano derecha lleva un farol, en el que se podía leer en pequeñas letras metálicas, parte de una palabra, a la que se le habían caído las primeras letras y nunca supimos que querían decir aquellas cuatro letras, "…sute", siempre pensamos que debía de ser lo que quedaba de la marca del fabricante. En ese farolito, recuerdo que mi abuela solía meter un trozo de vela encendida y quedaba muy bonito, sobre todo en las letárgicas noches mediterráneas de agosto, además la luz de la vela atraía a mosquitos, polillas y otros insectos voladores, librándonos así de sus molestas picaduras.
Después, cada vez que en casa de mis abuelos se pintaban las verjas de hierro y las cercas de madera que rodeaban los parterres de flores a nuestro pequeño gnomo lo vestían con el mismo color, supongo que para remediar los estragos del sol y la lluvia y que de paso, quedara a juego con lo demás. Por otra parte, eran otros tiempos y no se tiraba nada, en alguna ocasión por rebañar la lata de pintura al máximo, nuestro amigo se había quedado con su ropa a medio pintar, hasta la próxima ocasión.
Pasaron los años, los nietos crecimos y abandonamos la vieja casa, donde hijos, padres y abuelos, habíamos vivido días felices. Pasado un tiempo mi abuelo murió y ocho años después, mi abuela. Entre todos decidimos cerrar la casa hasta ver que se hacía con ella y el pobre gnomo quedó allí solo, abandonado y olvidado de todos.
Hoy, después de muchos años, decidí acercarme al pueblo para ver como seguía la vieja casa. Ya desde lejos pude apreciar su decadencia: persianas rotas, el canalón que bordea el tejado colgando de una esquina y la maleza y la mala yerba invadiéndolo todo y por dentro todo cubierto por una gruesa capa de polvo, el viejo columpio que nuestro abuelo nos hizo, yacía en el suelo, a los pies de la higuera con la soga podrida por las inclemencias del tiempo y los años transcurridos. La buganvilla, tantos años sin haber sido podada, se había vuelto tan enorme que enredaba sus ramas en la higuera en salvaje abrazo. Seguí deambulando por entre los parterres ahora poblados de ortigas, cuando entre la maleza de pronto distinguí algo rojo y brillante y cual no sería mi sorpresa cuando al acercarme pude ver al viejo gnomo más reluciente que nunca, dándome la bienvenida mientras me alumbraba el camino con su farol encendido, al que por cierto, ahora también le faltaba la “u” de la antigua palabra, ahora solo se podía leer “…s..te”
...Y llámenme loca, pero de pronto aquella figurita inanimada cobró vida y me sonrió guiñándome un ojo y dejando caer su eterna pipa y os juro, os juro, que como en un susurro me dijo "Gracias por venir a rescatarme"
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